Mark

Capítulo (III):
~ Amigos

La ropa al sol



Hace poco, muy poco tiempo, la humanidad logró una proeza que aún hoy resulta difícil de creer. En un alarde de imaginación, tesón y ansia de superación ideó un lugar al que llamó ciberespacio. Con mucho esmero, comenzó a alojar en él sus creaciones.  Juntas, conformaron un universo infinito de palabras e imágenes accesibles desde el más lejano confín. A partir de entonces, tuvimos al alcance de nuestras manos la posibilidad de cumplir el viejo sueño de influir, airear los misterios de la existencia y afectar al discurrir de este algo confuso que llamamos mundo. 

Le he cogido el gusto a salir al atardecer. Antes de que acabe el día, el espectáculo vibrante del horizonte se derrama sobre las aguas del río que discurre al lado de casa. Los patos celebran el festín de mendrugos de pan que la algarada de niños arroja desde la pasarela del puente. A medida que avanzo nuevos sonidos salen a mi encuentro, por momentos se acompasan con el rumor seco de mis pisadas sobre el empedrado. Tan pronto alcanzo el último tramo de la pendiente, se presenta ante mí un nuevo paisaje dominado por la glorieta que me recuerda que estoy en la ciudad.
Un buen día, antes de la ola de calor de junio amaneció rodeada de un aparatoso andamiaje, tras él asomaban osadamente los bloques de las viejas corralas que imprimen solera y carácter al barrio. Detenidas ante el primero de los portales una amiga y yo esperábamos a que un grupo de adolescentes enfilara el tramo. 

—¿Sabías que he vivido en esta corrala?


Supongo que fue mi expresión de sorpresa lo que la animó a adentrarse súbitamente en el sendero de la memoria. Uno tras otro se le presentaban los recuerdos, procurando al relato el tono alegre y vívido de las viejas canciones infantiles.  Los primeros despertadores del día, el cacharreo de las cocinas, el frescor del patio y Manuel, el portero, que regaba profusamente arrastrando bajo el sumidero polvo y jirones de cansancio de toda una vida trabajando. Y el olor a limpio de la ropa blanqueada al sol.  Y las vecinas ventilando los trapillos sucios de la pequeña comunidad.

Desafortunadamente, el ciberespacio se ha convertido en el patio de una corrala donde miles de usuarios ventilan los trapos sucios que han dejado de lavar en casa. Rumores, fakes y toda clase de vandalismos sirven para airear la intimidad, pervertir el humor y envenenar la convivencia social. La presión de un solo dedo sobre el ratón electrónico devuelve el retrato de una parte significativa de la sociedad, un rebaño sumiso que se deja guiar hacia un campo sin coto y sin sol, donde la libertad de expresión es un mero espejismo.

Sin embargo, no todo es oscuro y desolador en este nuevo escenario. El ciberespacio brinda oportunidades enormemente estimulantes para mejorar la vida individual y la social: oportunidades para agilizar la comunicación, acceder a información y educación, facilitar procesos de investigación y propiciar el progreso del conocimiento y el bienestar social. Realmente podemos cambiar el rumbo.
 
Podemos tomar en serio nuestra relación con los nuevos espacios y las nuevas formas de vivir el tiempo. Podemos sumergirnos en la naturaleza de las magnitudes que dibujan el devenir de nuestra existencia y abrirnos al descubrimiento de otras formas de vivir en ellas. Podemos mantener firme y vigoroso el empeño de encontrar la senda hacia un buen lugar donde, al fin, estrechemos los lazos que nos unen y nuestras manos alcancen a acariciar el viejo sueño de un mundo mejor.